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BOCA 1 - LANUS 1


Campeón de ley



Gritalo fuerte, Granate, porque lo ganaste con las mejores armas. Qué sueño ni sueño, sos por primera vez en tu historia campeón del fútbol argentino. Sí, el campeón más sorpresivo, el campeón de las buenas intenciones, el campeón de los pibes, el campeón que juega fácil, el campeón de un señor conductor como Cabrero. Hay un lindo campeón, a no dudarlo.

Se sentían el humo y el ruido. Desde hacía rato, en realidad. La locomotora de la ilusión granate arribaba a la que podía ser la última estación de su recorrido. Lanús tenía todo para subirse a un tren que, a su paso, sólo dejaba gloria y partes de un sueño que cada vez tomaba más forma. El anfitrión, Boca. El escenario testigo, La Bombonera. Tarde de sol, divina para jugar al fútbol. En una polémica decisión de los dirigentes xeneizes, los hinchas visitantes disponían de apenas 2.860 entradas. Por eso, la gran mayoría se reunía en el estadio de Guidi y Arias, para verlo en una pantalla gigante. Le alcanzaba el empate al conjunto del Sur para consagrarse campeón por primera vez en su vida. En caso de perder, debía esperar que Tigre no le gane a Argentinos en La Paternal. Comenzaba una jornada que pretendía perpetuarse en la historia grande.



Todavía quedaban vestigios de lo sucedido el 10 de diciembre de 2006. Aquel domingo, Lanús derrotó a Boca en esta misma cancha y le puso suspenso al campeonato que finalmente vio coronarse a Estudiantes. Existía la sed de revancha, sí, aunque las energías del local, ya sin chances en el Apertura, apuntaban de lleno al Mundial de Clubes de Japón. Esto se demostraba, por empezar, en los titulares: aparecían Krupoviesa, Vargas, Bertolo, Alvaro González y Bueno, entre los nombres que habitualmente no juegan desde el arranque. Los once de Ramón, mientras tanto, salían de memoria. Bossio, Graieb, Ribonetto, Hoyos, Velázquez, Blanco, Pelletieri, Fritzler, Valeri, Acosta y Sand querían calzarse la pilcha de héroes para siempre.



Mucha pausa, estudio excesivo y lógica calma fueron los puntos que relucieron en el inicio. Conforme con el resultado parcial, que lo catapultaba sin escalas al éxito, el Granate planteó un partido inteligente. Esperaba en su campo, buscaba espacios para lastimar con la velocidad que imprime de tres cuartos hacia adelante y controlaba, sin pasar sobresaltos, los tibios intentos que provenían de la vereda de enfrente. Dentro de ese panorama, claramente marcado por la quietud, la primera chance de peligro llegó recién a los veintitrés minutos. Palermo peinó tras un largo pelotazo y Bueno apareció solo. Se perfiló para su zurda y hasta el arco pareció abrírsele. Sin embargo, la definición del uruguayo se fue desviadísima. A partir de ese momento, ambos se enchufaron y el trámite levantó en vibraciones. Algo que, dadas las circunstancias, no podía faltar.



También creció Lanús. Fortificó su solidez defensiva, logró el equilibrio justo entre juego y combate, en el medio, e inquietó con la movilidad de sus delanteros. Así, fue acercándose lentamente al arco rival. Vargas cerró oportunamente en un avance de Acosta, Velázquez probó con un tiro libre que se fue por arriba y, a ocho del descanso, Acosta mandó un centro cerrado desde la derecha y Caranta la tocó. A la salida de ese tiro de esquina, el estruendo dejó paralizados los corazones de toda la familia granate. Porque Sand ganó en las alturas del área xeneize y clavó el 1-0 con un cabezazo inatajable. Delirio, griterío enloquecido, festejo enfervorizado. El goleador rompía el molde y desataba una fiesta en la cabecera visitante. Ni que hablar en el Sur. El título estaba más cerca que nunca.







Boca quería ser algo más que el organizador de la celebración ajena. Y fue a buscar, al menos, el empate. Enseguida nomás, tuvo una oportunidad para lograrlo. Pero Bueno, lejos de hacerle honor a su apellido, volvió a dar muestras de cómo no hay que definir y cabeceó muy alto. Al ratito, Russo hizo dos cambios. Dátolo y Gracián entraron por Bertolo y Alvaro González. Aunque las noticias llegaban procedentes de La Paternal. A través de un penal, Argentinos vencía a Tigre. La palabra "campeón" cada vez le iba mejor al equipo de Cabrero, que era feliz con ver girar hasta el hartazgo las agujas de un reloj que ya había aceptado rendirse ante la realidad. Después de un cierre providencial de Paletta frente a Valeri, Bueno dispuso de la última. Y como toda la tarde, perdió. Esta vez, Bossio adivinó su intención de tocar la pelota por arriba y controló sin problemas. Fue la última porque lo reemplazó Boselli.



Y el recién ingresado, en dos minutos, hizo más que el uruguayo en más de una hora. Aguantó tras un toque de Palermo, de cabeza, y le devolvió la bola al goleador, que resolvió de zurda ante Bossio y regresó la paridad a los números: 1-1. El empate les caía bien a los dos. Llegó la expulsión de Vargas por un patadón a Acosta, las variantes de Cabrero -Benítez, Salomón y Sigali por Velázquez, Salomón y Acosta, respectivamente- y una espera que los hinchas vivían con ansiedad desbordante. Caranta tapó a Sand y atoró a Blanco, en dos ocasiones que bien pudieron haberse convertido en la victoria de este brillante Granate.



Por un momento, los cuatro minutos que adicionó Pezzotta dieron sensación de eternidad. El tiempo no pasaba. El instante de gloria y desahogo, merecido después de tanta tensión acumulada, se dilataba. Los segundos parecían durar horas. Lanús veía correr cada una de las imágenes de su historia en un sueño que se extendía por demás. Pero el pitazo final del árbitro sonó y se escuchó. En La Bombonera. En Guidi y Arias. Y en cada rincón del planeta donde hubo un hincha del Grana. La emoción regó el domingo de lágrimas. La locura de la vuelta olímpica fue el último intento de la naturaleza por despertar a este gigante plantel de Cabrero. Aquella derrota del debut ante Independiente, a principios de agosto, resultaba tan lejana como el 3 de enero de 1915, día de su fundación. Las palabras sobran. Lanús está en la cumbre del fútbol argentino. Lo que queda es aplaudir.

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